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Introducción
Cada vez que aplicamos una crema, un perfume o un protector solar, estamos participando en una de las industrias más poderosas y omnipresentes del mundo: la cosmética. Este gesto cotidiano, aparentemente inocuo, tiene consecuencias que van más allá del autocuidado. El consumo masivo de productos cosméticos conlleva una huella ambiental significativa: más de 100.000 millones de envases se desechan cada año, y muchos de ellos no se gestionan adecuadamente por parte de los consumidores. Una parte de estos residuos acaba degradándose en forma de microplásticos que contaminan océanos y ecosistemas, afectando tanto a la vida marina como a nuestra salud. Cada día los microplasticos estas más presentes en nuestro organismo y parece que belleza y salud deberían ir de la mano, pero no es así.
Nos encontramos ante una paradoja: mientras aumenta la conciencia sobre el cuidado personal y la salud, también crece la presión sobre la naturaleza y, aunque no seamos ecologistas, crecen seriamente los perjuicios sobre nuestra salud. La industria cosmética, impulsada por la innovación y la demanda, no deja de expandirse. Pero ¿a qué coste? ¿al de nuestra salud?
Buscar formas de autocuidado que prioricen la salud y busquen un remedio para sentirnos más hermosos, no es fácil. Habría que hallar una fórmula que trabaje belleza, salud, autoconciencia y cuidado de nuestra psicología, ya que está última está siendo asediada por una imagen errónea de nuestra imagen, casi enfermiza. La publicidad y las expectativas que genera en nosotros es casi más preocupante que el problema de la sostenibilidad, ya que se pueden buscar fórmulas para gestionar mejor los residuos, pero ¿quién arregla el desaguisado en nuestra mente que se lleva fraguando siglos en nuestra conciencia colectiva?
Este artículo propone una reflexión crítica y rigurosa sobre el consumo de cosméticos y su impacto ambiental. No pretende ofrecer respuestas absolutas, sino arrojar luz sobre las complejidades de la sostenibilidad en el sector y señalar posibles vías de cambio, tanto desde la industria como desde el papel activo del consumidor. Sobre los efectos psicológicos hablaremos en el siguiente artículo de nuestro blog.

La huella ecológica de la industria cosmética
El problema de los envases
La mayoría de los productos cosméticos se presentan en envases plásticos, multicapas, metalizados o compuestos con materiales no reciclables. Según datos de la Fundación Ellen MacArthur (2016), solo el 14% del plástico utilizado en envases se recicla. En cosmética, esta cifra es aún menor debido a las dificultades técnicas para separar componentes, limpiar restos y reintroducirlos en la cadena productiva.
Muchos frascos, botes, cápsulas y envases acaban en vertederos o, peor aún, en el océano. En este último, se estima que cada año llegan más de ocho millones de toneladas de plástico, muchas provenientes de artículos de consumo cotidiano, incluyendo cosméticos.
Los microplásticos no solo provienen de envases, sino también de ingredientes como polietileno o acrilatos presentes en exfoliantes, pastas de dientes o geles con partículas. Estas diminutas partículas plásticas son ingeridas por organismos marinos y entran en la cadena alimentaria, afectando al equilibrio de los ecosistemas y, potencialmente, a nuestra salud.
Agua, energía y materias primas
La producción cosmética también implica un elevado consumo de agua y energía. Algunos ingredientes requieren procesos industriales intensivos, como la síntesis de siliconas o la extracción de aceites esenciales con disolventes. Por otro lado, la obtención de materias primas naturales no está exenta de impacto: la agricultura intensiva de plantas aromáticas puede degradar el suelo, agotar acuíferos y promover monocultivos.

Greenwashing en cosmética: ¿ecología o estrategia de marketing?
Frente a una ciudadanía más informada y exigente, muchas marcas han adoptado términos como “eco”, “bio”, “natural”, “cruelty-free” o “vegan”. Pero ¿cuánto hay de verdad y cuánto de marketing?
El vacío legal de los términos “natural” y “orgánico”
A diferencia del sector alimentario, en el ámbito cosmético no existe una regulación uniforme a nivel internacional que defina qué es un producto “natural” u “orgánico”. Esto permite que empresas utilicen estos términos sin necesidad de cumplir estándares estrictos. Por ejemplo, un producto con un 2% de extracto vegetal puede etiquetarse como «natural» si la legislación nacional lo permite.
Para evitar confusiones, han surgido certificaciones como Ecocert, Cosmos, Natrue o Soil Association, que garantizan ciertos niveles de sostenibilidad, origen natural y ausencia de sustancias químicas perjudiciales. No obstante, la obtención de estas certificaciones es costosa y muchas pequeñas marcas no pueden acceder a ellas.
El caso de los envases “verdes”
Otro ejemplo de greenwashing es el uso de envases «biodegradables» o «reciclables» que, en realidad, no se biodegradan en condiciones naturales ni pueden reciclarse fácilmente por la infraestructura de recogida local. Un envase biodegradable que necesita condiciones industriales para descomponerse puede terminar en el mar causando el mismo daño que el plástico convencional.

¿Es más sostenible la cosmética natural en cuanto a sus envases?
Cosmética natural vs. cosmética sintética
La creencia popular sugiere que lo natural es siempre mejor. Sin embargo, desde un punto de vista ambiental, esta afirmación merece matices. Algunos ingredientes naturales requieren grandes cantidades de recursos para su producción. Por ejemplo, se necesitan unos 10.000 kilos de pétalos de rosa para obtener un kilo de aceite esencial. En cambio, los ingredientes sintéticos pueden tener una huella ecológica menor si se producen eficientemente y con bajo impacto.
No se trata de elegir entre naturaleza o laboratorio, sino de valorar el ciclo completo del producto: desde el cultivo o síntesis hasta el envasado, distribución y reciclaje.
Ética del aprovisionamiento
Algunos ingredientes naturales provienen de regiones en desarrollo y su recolección está asociada a problemas de explotación laboral, pérdida de biodiversidad o acaparamiento de tierras. Es el caso del aceite de palma, la manteca de karité o ciertos aceites exóticos.
La sostenibilidad también es social. Por eso, algunas marcas trabajan con proyectos de comercio justo, promoviendo prácticas agrícolas responsables y condiciones laborales dignas.
Marcas nicho frente a grandes multinacionales
¿Más pequeña, más sostenible?
Existe una percepción extendida de que las marcas nicho o artesanales son más sostenibles que las grandes corporaciones. A menudo es cierto, pues estas marcas tienden a usar fórmulas más sencillas, envases reutilizables y una producción más local. Sin embargo, también pueden carecer de recursos para garantizar procesos limpios, pruebas dermatológicas o sistemas de reciclaje eficientes.
Por el contrario, algunas grandes marcas están invirtiendo millones en innovación sostenible, creando envases recargables, líneas veganas o ingredientes sintéticos biodegradables. Unilever, L’Oréal o Estée Lauder han desarrollado estrategias de sostenibilidad con metas claras hacia 2030.
Transparencia como criterio
Más allá del tamaño, lo relevante es la transparencia: ¿la marca informa de la procedencia de sus ingredientes? ¿Publica sus informes de sostenibilidad? ¿Tiene compromisos públicos y auditables?
¿Envases de vidrio o de plástico?
La elección del envase es clave. ¿Es mejor el vidrio? Depende.
El vidrio es infinitamente reciclable, no libera microplásticos y tiene una imagen más “premium”. Pero también es más pesado, lo que implica mayor consumo de combustible durante el transporte, y su producción requiere altas temperaturas.
El plástico, por su parte, es más ligero y versátil, pero menos reciclable y más contaminante si no se gestiona adecuadamente. Algunas soluciones son:
- Usar plástico reciclado (rPET, PCR)
- Diseñar envases monomaterial
- Apostar por sistemas rellenables o recargables
- Implementar programas de retorno de envases
Cosmética solar y ecosistemas marinos
Los protectores solares son esenciales para la salud, pero muchos contienen filtros químicos que afectan a los ecosistemas marinos, especialmente los corales. Sustancias como la oxibenzona o el octinoxato han sido prohibidas en lugares como Hawái por su toxicidad ambiental.
Hoy existen fórmulas «reef safe» que evitan estos ingredientes. Sin embargo, el etiquetado no siempre es claro ni regulado. Además, los filtros físicos (óxido de zinc, dióxido de titanio) pueden generar nanopartículas que también representan un riesgo si no están adecuadamente formuladas.
¿Qué podemos hacer como consumidores?
Leer etiquetas con ojo crítico
Informarse es el primer paso. Aprender a leer INCI, identificar certificados fiables y reconocer prácticas de greenwashingayuda a tomar decisiones más conscientes.
Priorizar lo esencial
Reducir el consumo es una de las acciones más sostenibles. Comprar solo lo necesario, evitar duplicidades, optar por productos multifunción (por ejemplo, bálsamos que sirvan para rostro, cuerpo y labios) reduce residuos y consumo.
Apostar por envases reutilizables o rellenables
Marcas como Lush, The Body Shop o Typology ofrecen sistemas de rellenado, lo que disminuye la producción de nuevos envases.
Apoyar marcas transparentes y comprometidas
Buscar empresas que publiquen su huella ambiental, colaboren con proyectos sociales o desarrollen I+D en cosmética verde.
Reciclar correctamente
Separar los residuos, lavar los envases antes de tirarlos, llevar los productos al punto limpio (especialmente sprays y aerosoles) y participar en programas de reciclaje como TerraCycle.
El futuro de la cosmética sostenible
La innovación en cosmética está avanzando hacia un modelo más circular y regenerativo. Algunos ejemplos:
- Bioplásticos derivados de maíz, caña de azúcar o algas
- Ingredientes biotecnológicos cultivados en laboratorio sin impacto ambiental
- Cosmética sólida que elimina envases (champús, desodorantes, limpiadores faciales)
- Embalajes comestibles o compostables
- Blockchain para rastrear la trazabilidad de ingredientes
También crece el interés por el concepto slow beauty, que promueve el consumo responsable, rituales sencillos y una belleza más conectada con el bienestar.
La cosmética, como casi todo en nuestra sociedad, refleja la tensión entre el deseo de bienestar y los límites del planeta. No se trata de renunciar al cuidado personal, sino de integrarlo en un modelo de consumo responsable, informado y coherente.
La industria está comenzando a moverse, pero aún queda un largo camino. Como consumidores, tenemos un papel importante: exigir transparencia, reducir nuestro consumo, elegir con criterio y apoyar iniciativas realmente sostenibles.
Porque cada vez que elegimos un producto, también estamos eligiendo el tipo de mundo que queremos construir.
La posible solución definitiva
Una alternativa pasa por formarnos un poco en materia de cosmética. Podemos optar por el consumo directo de materias primas para nuestro cuidado personal. el 85% de los principios activos de nuestras cremas comerciales, sean sintéticas o ecológicas, son aceites vegetales, aceites esenciales, hidrolatos o mantecas. Si tuviera acceso a esta información, acompañada de un poco de información de cómo es mi piel, me daría cuenta que puedo hacer un cuidado básico, sin someterme al proceso industrial y de envasado que supone la industria cosmética.
En Arbey hemos desarrollado un programa de formación integral y un acercamiento a este mundo. Pero hemos observado que la gente se dedica a la colección de materias primas sin ton ni son. Para evitar esto, hemos ideado un plan de consumo responsable, para que con una inversión mínima todos los meses puedas usar lo que te hace falta e ir coleccionando todo aquello que te viene bien para tu cuidado. En nuestro método podrás ir a lo esencial y aquello que sea beneficioso para ti.
De este modo reducimos al mínimo:
1.- El impacto industrial de producir cremas y, con ello envases,
2.- La inconsciencia de no saber que te pones,
3.- El consumismo descontrolado.

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